Me gusta calcular el tiempo
que duermo, desperté a eso de las seis de la mañana, dormí unas cinco horas,
nada mal para un viaje. Quise ir al baño, pero varias personas estaban yendo
así que desistí. Seguía casi hipnotizado por la vista panorámica de la ventana,
estábamos en la famosa avenida Brasil, muy parecida a la Panamericana limeña,
aunque aquí la crudeza era más cercana a la autopista y las edificaciones eran mucho más en cantidad.
Las fotos que tomé salieron
borrosas, no sé si estaba más concentrado en lo que vi que en la cámara. Mi
padre dormía a lo “seco”, nada lo despertó. Después, llegamos a un
autoservicio, habíamos hecho ya cerca de cinco paradas. Bajé, compré un suco, unas
papas y regresé lo más pronto posible, algo inocente de mi parte. Logramos terminar el viaje a
eso de las ocho de la mañana, el sol ya se veía radiante, “espero que no sea un
inferno” pensé. Cuando salimos del bus, el bochorno era amenazador, recordé mi
viaje a San Andrés. Afortunadamente, estábamos dentro de la terminal, así que
permanecimos frescos. Teníamos que dejar las maletas, encontramos un lugar
donde hacerlo,
como estábamos en un viaje internacional yo empecé a hablar en inglés y la
persona que atendía me dijo que no me entendía nada, así que regresé al español.
La tarifa se medía por el peso del equipaje, por ejemplo hasta cinco kilos el
monto era de diez reales.
Como ya había averiguado, transportarse
en taxi resulta demasiado caro así que preguntando averiguamos que frente a
esta estación está el terminal de buses de transporte público Padre Henrique Otte, así que nos dirigimos ahí. Habíamos pensado ir primero al centro de
la ciudad, pero priorizamos en el hotel. El precio del transporte era algo de
tres reales con cincuenta, algo caro para el peruano pero como era la única
opción no lo cuestionamos. El cobro del pasaje es realizado manualmente por un trabajador presente en cada bus, hay una tranquera que divide el ingreso. Estos ómnibus son todos Mercedes
Benz, tienen aire acondicionado, diseñado para pocas personas; con lo poco
hacer mucho, idea que parecen seguir.
Poco a poco el paisaje era más
acomodado, pues ambos terminales estaban cerca de unas favelas. La bahía en Flamengo
y Botafogo, un lujo. Bajamos del bus en la Rua
Barata Ribeiro, la primera foto que tomé es un buen recuerdo. Entonces
buscamos hoteles, pensamos que sería fácil, pero terminó siendo algo
problemático. Tomamos algo de cuatro horas en encontrar uno cerca de la playa.
Este hotel estaba algo descuidado, pero debido al cansancio tuvimos que
aceptarlo. Nos registramos, dejamos las cosas y salimos a pasear.
Era cerca de las tres de la
tarde así que fuimos en busca de almuerzo. Las calles son una maravilla,
espaciosas y arborizadas, el tránsito pesado es prácticamente inexistente en esta parte de la ciudad. No habíamos ni desayunado así que nos llamó la
atención un café en las intersecciones de la R. Paula Freitas y la Av.
Nossa Sra. de Copacabana. Pedimos un Pão de queijo, salgado y unos sucos.
Distintamente primero se consume y luego se paga, así que estuvimos cómodos.
A partir de aquí no hay mucho que agregar, estuvimos paseando como
típicos turistas en una nueva ciudad, las calles son muy parecidas entre sí,
aspecto positivo en cuanto a urbanismo. Luego, compramos algunos alimentos y
bebidas. Jamás pensé en quedarme en el hotel, llegó la noche y salimos a pasear de
nuevo. Tal como lo imaginábamos, en la noche hubo más gente. Pienso que es una
ciudad que está lo suficientemente en actividad, incluso de noche vi una cantidad considerable de personas haciendo jogging y manejando bicicleta.
Capítulo 2, Segundo día
Saul Eduardo Romero Angeles